viernes, 15 de septiembre de 2017

¿Sabes de donde surgen los manantiales?



No es una pregunta tonta. Por ejemplo, para los griegos todas esas aguas procederían del mar; pensaban que el agua salada se infiltraba desde el fondo del mar y tras un intrincado viaje a través de las fisuras del terreno acababan en una enorme caverna situada en las entrañas de la Tierra, debajo de los continentes. Una vez allí, el propio calor interno evaporaba el agua y, de este modo, la destilaba. Sigue leyendo.... 

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Una vez libre de sus sales, el vapor de agua ascendería por los poros del terreno, enfriándose, hasta llegar a condensar como agua dulce, que empaparía el subsuelo desde abajo, alimentando los pozos o brotando en forma de manantiales. Platón bautizó a esa supuesta caverna universal con el nombre de Tártarus.



¿Sabes de dónde surgen los manantiales?


Un manantial, naciente o vertiente es una fuente natural de agua que brota de la tierra o entre las rocas. Puede ser permanente o temporal. Se origina en la filtración de agua, de lluvia o de nieve, que penetra en un área y emerge en otra de menor altitud. 


Generalmente los manantiales van ligados a la presencia de niveles impermeables en el subsuelo, que impiden que el agua se siga infiltrando y la obligan a salir a la superficie. Estas surgencias suelen ser abundantes. Los cursos subterráneos a veces se calientan por el contacto con rocas ígneas y afloran como aguas termales



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¿Sabes de donde surgen los manantiales?



Hasta prácticamente mediados del siglo XVII se mantuvo esta explicación. A ello contribuyó estas palabras del libro del Eclesiastés: “Todas las aguas van a la mar y la mar nunca se llena, porque allí de donde vinieron tornan de nuevo para volver a correr”

La Biblia no podía estar equivocada y, por tanto, cualquier otra interpretación debía ser considerada herética.


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El agua escapa continuamente de la superficie de la Tierra a la atmósfera a través de la evaporación directa del mares y lagos. También escapa del interior del suelo mediante la transpiración vegetal.

Todo ese flujo de vapor acaba condensando primero, y precipitando después en forma de lluvia. 


El tiempo medio de permanencia del agua evaporada en la atmósfera es de poco más de una semana.

Cada vez que llueve, parte del agua caída acaba discurriendo directamente por la superficie del terreno. 


En breve tiempo desaloja la cuenca hidrográfica sobre la que precipitó. 


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En cambio, otra parte importante del agua de lluvia se infiltra y penetra en el terreno, comenzando un largo e intrincado viaje subterráneo, hasta que al cabo de unos meses, años o siglos, vuelve a emerger en la superficie, alimentando los manantiales y los ríos.

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